Miento si digo que fue amor a primera vista, nada más lejos. Ni siquiera llamaría amor a lo que siento por ella. ¿O debo decir, lo que sentía por ella? ¿Uno deja de sentir cuando el otro no está? ¿O el sentimiento perdura? Josefa siempre me lo reprochaba: …te vas por las ramas, Gustavo.
Nada
me desvió de mi cometido. Lo pensé mucho, no soy de improvisar. Cada escenita
de celos, cada berrinche, cada sufrida noche de sábado –declarado
unilateralmente día del sexo semanal- con su grotesca figura vistiendo prendas
íntimas, me acercaban a mi objetivo. Despacito, saboreando el desenlace, sin
que el mínimo gesto me delatara.
Yo
la quería, pero el destino manda. Y ellas me lo recordaban cada noche, como si
la almohada me hablara. Al principio no les creí. ¿Por qué confiar en quienes
no dan la cara y hablan por detrás, hasta hacer dudar de su propia existencia?,
Finalmente, les di la razón, Josefa quería destruirme.
No
se lo iba a permitir. Y eso que le fui anticipando el final con todo tipo de
pistas. ¡Si será soberbia la muy taimada, que no les dio importancia! Y ellas
cada vez más insistentes, no paraban de cuchichearme en la almohada: Tiene que ser hoy, Gustavo, esta misma noche.
¡No hay tiempo que perder!
Me miró desorbitada, parecía no entender.
Nunca me creyó capaz.
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