El Reino

 










Hace muchísimos años, en estas mismas tierras, vivió una poderosa soberana. Su reinado llevaba tanto tiempo, que los súbditos comenzaron a hartarse de ella. Y si había algo que esta reina no toleraba, era el rechazo de su pueblo. Había nacido para agradar, se decía a sí misma, pero su encanto se esfumaba. En los paseos matinales por la aldea, podía ver la indiferencia en los rostros de la gente.

Como era muy ambiciosa, no pensaba en abdicar, por más que el pueblo se lo pidiera. Llamó a su primer ministro y le encargó una estrategia para permanecer en el trono por años y años, y que la gente no dejara de amarla. El funcionario, un viejo taimado y astuto, pasó noches en vela hasta que una mañana, preso de júbilo, corrió a presentarle “El Plan”.

-¿Para esto has pasado horas sin dormir? –bramó la reina. ¡Yo te consideraba un hombre sabio, el más inteligente de la corte! ¿Qué significa esta tontería?

El primer ministro, lejos de sentirse humillado, continuó explicando su plan.

-El pueblo tiene voz, Su Majestad, y con ella dice que necesita un cambio –meditó muy bien sus palabras, de ellas dependía la gloria o el cadalso-.  Lo apropiado sería abandonar el poder.

Antes de que la soberana se encendiera de ira, el primer ministro prosiguió.

-Abandonaría el poder en forma temporal, mientras deja  el trono en manos de un hombre de su mayor confianza. De esa forma su majestad continuaría gobernando desde las sombras mientras espera que el pueblo reclame su regreso.

-¿Y por qué mis súbditos harían eso? ¿No es que se hartaron de mí?

-Pues allí está el meollo de la situación. Si su excelencia escoge a un pobre tonto, bueno para nada, el pueblo suplicará que regrese cuanto antes. De todas formas, él no tendría el más mínimo poder aunque nadie lo sabría.

La reina esbozó una sonrisa al descubrir los detalles del plan de su primer ministro.

- Creo saber cuál es el hombre adecuado, me he tomado el atrevimiento de llamarlo –agregó el funcionario.

Se abrieron las puertas y un paje anunció a viva voz la llegada del Gran Marqués. Al verlo, la reina no pudo menos que reconocer la astucia de su consejero. El noble que tenía frente a ella, era un inútil total, un borrachín empedernido, sin la menor experiencia de gobierno.

-¡Que así sea! –sentenció mientras rubricaba el pliego extendido ante sí.

 

Pasaron los años y nada de lo pronosticado por el primer ministro parecía cumplirse. El Gran Marqués se convirtió en un hombre de carácter, capaz de enfrentar a la reina que a pesar de todo, continuaba gobernando desde las sombras. Por alguna extraña razón, el pueblo estaba esperanzado con su nuevo monarca y no daba señales de extrañar a su soberana.

Una mañana muy temprano, el primer ministro acudió a un llamado urgente de la reina.

-¡Usted! ¡Pequeño inútil! Dígame: ¿Dónde está el clamor de mi pueblo? ¡No escucho las afiebradas voces que piden mi regreso! ¡Maldito el momento en que confié en su horrible plan!

-Admito haber tenido un leve error de cálculo, su majestad. El Gran Marqués resultó ser un ambicioso sin escrúpulos que supo rodearse de la gente adecuada. Pero no tema, lo estoy solucionando.

La popularidad del Gran Marqués iba en aumento, con el mismo ímpetu con el que caía el ánimo de la soberana. Nadie parecía explicarse el motivo, no mostraba señales de haber cambiado, seguía tan borrachín y mujeriego como siempre, pero el primer ministro sospechaba la razón. Era un hombre simple, amable con los súbditos, y sobre todo, alguien con el que el ciudadano común podía identificarse. La reina, sin esperar a su fiel consejero, decidió tomar cartas en el asunto. Dado que ostentaba el poder real, aumentó tanto los impuestos, que resultaron imposibles de pagar para los atribulados ciudadanos. Luego de varias medidas que afectaban su bolsillo, el pueblo estalló. Todos salieron a las calles a pedir la cabeza del Gran Marqués mientras entonaban cánticos solicitando el regreso de su reina.

Tras un largo período de luchas internas, el reino terminó debilitado. Por momentos, la monarca disfrutaba la popularidad que nunca había tenido, pero tanta batalla la doblegó. De vez en cuando, el Gran Marqués reunía coraje y se comportaba como un verdadero líder. Ya era tarde.

Del otro lado del mar, el emir se refregaba las manos con codicia. Cada día llegaban más novedades del calamitoso estado del reino de su antigua enemiga. Satisfecho, preparaba la invasión.

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