En
sus veinte años de vida, jamás los había desobedecido. Ni siquiera se había
atrevido a contradecirlos en nada, sólo les había dado satisfacciones. Era hora
de que lo comprendieran a él, para variar. Cuando les contó que tenía novia, su
papá se emocionó. Lo sintió aliviado, por ahí dudaba de su identidad sexual. La
que no parecía muy feliz era Elsa, su madre. Claro, se metían con su nene. Y
eso que no les había dicho nada acerca de la edad de Paula.
Una
hora antes, Sebastián bajó a la cocina para controlar que todo estuviera en
orden. La mesa prolijamente dispuesta, los cubiertos de plata que nunca usaban,
la vajilla de porcelana. Si no hubiera puesto atención en esos detalles, su
madre habría hecho un desastre. Por suerte la mucama estaba pendiente, además
de haber preparado un plato exquisito.
Corrió
escaleras abajo topándose con su madre, a punto de abrir la puerta.
Elsa
oyó bajar a su hijo y apuró el paso; quería ser la primera en ver a esa mocosa
descarada. Maldijo la hora en que a Sebastián
se le ocurrió traer a su novia a cenar, no le quedaba otra que representar el papel de
esposa devota. ¿Cómo sería esa chiquilina que osaba robarle a su retoño, la
única razón por la que continuaba viviendo con el inútil de Pablo?
Abrió
la puerta sin darse cuenta que Sebastián casi la empuja.
-Hola,
soy Paula –dijo la recién llegada mientras le estampaba un sonoro beso a la
dueña de casa-. ¡Vos debés ser Elsa, me moría por conocerte! ¡Sebas no hace
otra cosa nombrarte!
Le
tomó algunos segundos recuperarse y ensayar una mueca que emulaba una sonrisa.
¡Una mujer! ¡Su nene salía con una mujer hecha y derecha!
-La
dejaste sin palabras, sos la primera que logra semejante hazaña –bromeó
Sebastián mientras se dirigían al comedor- vení que te presento a mi papá.
Elsa
los seguía unos pasos detrás. No podía aceptarlo, su hijo estaba cometiendo un
grave error. ¡Cómo necesitaba a Carlos en ese momento, él siempre decía las
palabras adecuadas para consolarla!
Pablo
casi se ahogó con su wisky cuando Sebastián le presentó a Paula. ¡Tenía la
misma edad que las chicas que solía frecuentar en el bar! ¿Este papanatas la
habría conocido allí? Encima, algo en ella le resultaba familiar. No podía
dejar de mirarla,
La
mucama anunció la cena, y todos pasaron al comedor. Paula se sentó donde le
indicó Sebastián, que le acomodó gentilmente la silla. Apenas podía respirar.
¡La había reconocido, estaba segura! ¡Ese viejo verde que frecuentaba el bar en
busca de consuelo resultó ser el padre de su amado, el caballero en armadura
que la rescataría del sórdido burdel! No parecía recordarla, de ser así lo
disimulaba muy bien. Que no se le ocurra deschavarme –pensó- porque lo mando al
frente acá mismo. La que no dejaba de echarle miradas fulminantes, era la bruja
de la madre. Tenía que cuidarse de ella, parecía muy zorra.
-Escuchame querida, -interrogó Elsa luego de
un silencio eterno- ¿Cómo se conocieron con Sebastián? En la facultad no creo,
vos debés de haber terminado hace años…
-Mamá –saltó Sebastián- no seas grosera.
-¡Usted se calla, mocoso! Y no la echo a
patadas a la tilinga ésta, porque soy una mujer civilizada. ¡Mirá la pinta de
atorranta que tiene! ¿Y vos –gritó girando hacia su marido- no pensás decir
nada?
Pablo no estaba en condiciones de emitir sonido.
En ese preciso instante había reconocido
a Paula, y sus miradas se cruzaron, una temerosa, la otra amenazante.
-¿Querés huevos rellenos, querida? –fue lo
único que atinó a expresar.
-¡Encima te hacés el vivo!
–exclamó Elsa- Se ve que el gusto por las mayores que tiene el salame de tu hijo lo
heredó de vos, a juzgar por la edad de Claudia.
Y ahí nomás se armó la rosca.
Pablo casi muere atragantado por
un bocado de pecceto. Elsa, sentada a su lado, ni atinó a golpearle la espalda,
su sonrisita burlona daba la idea de lo mucho que lo estaba disfrutando.
Cuando el pedazo de carne
finalmente salió disparado hacia el otro lado de la mesa, el padre reconoció a
los gritos que, teniendo los huevos llenos, una amante era lo único que hacía
sostenible ese matrimonio.
Sebastián estaba al borde del
llanto, y Paula no daba crédito a sus oídos. Lo del burdel había pasado a
segundo plano.
-¡Que me haga el boludo no
quiere decir que ignore lo tuyo con Carlos! –Sentenció Pablo- Todo el barrio lo
sabe.
Claudia se acomodó en el living para mirar una película. Había sido un
largo día y necesitaba descansar. No llegó a encender el aparato, unos gritos
destemplados la hicieron ir hasta la ventana. El alboroto venía desde lo de
Pablo.
Sus vecinos,
sentados en la mesa, se veían descontrolados. Todo se proyectaba como una
película ante sus ojos. Pablo estaba muy alterado, sus brazos se movían como
aspas de un molino, y Elsa parecía estar a punto de atacarlo.
Había dos personas
más en la escena, un hombre y una mujer, pero no logró distinguirlos.
El temor por su amante pudo más. Sin dudarlo, cruzó hasta la casa vecina. Atendió
Sebastián, era el hombre que no había podido reconocer desde su ventana. Al
verla, su cara pasó de un rojo intenso al blanco absoluto en cuestión de
segundos y amagó a cerrar la puerta, pero Claudia la empujó golpeando la cabeza
del pobre chico. Ya no se escuchaban gritos. El matrimonio, sentado a la
cabecera de la mesa, la miraba con una expresión incrédula mientras ambos
trataban de recobrar el aliento. Al cabo de un momento, Pablo se acercó hacia
ella.
-Claudia, por favor, no es el mejor momento para una visita –le decía
mientras la empujaba hacia la puerta de entrada.
-¡Que venga, que se una al festejo! –exclamó Elsa, mirando a Paula. Ella es
Claudia, nuestra querida vecina. Siempre la consideramos parte de nuestra
familia, muy cercana. Sobre todo de Pablo. ¿No es así Claudia?
Una vez que pasó la tormenta, Elsa telefoneó
a Carlos. Entre lágrimas, le dijo que estaba harta, que era la oportunidad para
separarse definitivamente de Pablo. Anoche habían vuelto a discutir, cuando
Sebastián llegó con su nueva novia. Le dijo, también, que por fin había
blanqueado su relación.
Carlos permaneció en silencio. Estaba cansado
de escuchar sus quejas acerca de su hijo y su marido. Cuando empezaron a salir,
la idea era pasarla bien, salir de la rutina, pero no esto.
Con un gesto de fastidio, cortó la
comunicación.
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