No
es una mañana como cualquiera, me costó levantarme. Hice un gran esfuerzo para
elegir la ropa, si fuera por mí, me hubiera puesto lo primero que veía. Mamá
empezó a romper desde temprano, no todos los días se le casa una hija.
A
los gritos, me avisan que ya está el baño. Junto las cosas y encaro hacia la
puerta del cuarto. Trato de agarrar el picaporte, pero me quedo ahí, con el
puño crispado. Las manos se humedecen y se ponen pegajosas. Las seco en los
pantalones y vuelvo a la carga, Esta vez es peor, estoy todo traspirado y el
corazón parece a punto de estallar.
Me
siento en el piso, de espaldas a la puerta, mientras un zumbido crece en mis
oídos. A lo lejos, se escucha la voz de mi madre, apurándome. Mil veces lo
hablé, y nadie me entiende. Tratan de disimular, pero imagino el hartazgo en
sus ojos. Al rato se suma mi tía con su voz de soprano, rogándome por lo que
más quiera, que salga del cuarto. Ni pienso, recién ahora mi corazón parece
calmarse.
Eso
es lo que tiene la mente, es traicionera. Como si no le gustara verme tranquilo
desde hace un año. Hasta salía a trabajar casi todos los días, subiéndome al
colectivo repleto de gente sudorosa. Reconozco que al principio llegaba tarde
porque tenía que bajarme a vomitar. Pero eso quedó atrás. No entiendo lo que
pasa ahora.
Más
gritos, parece que se sumó mi hermana. No la que se casa, pobre, debe estar
histérica con los preparativos de última hora. La otra, la menor. No pierde
oportunidad de joderme. Alguien golpea la puerta, parece que zapateara sobre
ella. Es mi viejo, que llegó del puesto. Me pregunta, cuando deja por un minuto
de aporrear, si estoy disfrutando el momento. ¡Qué poco comprende, pobre
infeliz! Que si quiero internarme otra vez, me grita, como si con una sola no
bastara. La simple evocación de la clínica me descompensa. El encierro, el
miedo constante, las vejaciones, el electroshock.
¡Si
sólo me dejaran un rato con mis pensamientos! Seguro me calmo y todo sale bien.
Pero insisten, como si convencerme fuera un designio divino. Apuestan quién de
todos será el héroe que logre, con palabras arteras, que salga de mi encierro.
¿No entienden, por Dios, que no elijo esto? Resultaría hasta divertido, si no
fuera por las actuales circunstancias, presenciar el despliegue de falsas
promesas y edulcoradas alabanzas que dan paso a las amenazas cuando la
paciencia languidece.
El
ulular de una sirena irrumpe a lo lejos, los tiempos empiezan a agotarse. En
cuestión de minutos, arriba un médico apenas recibido e intenta persuadirme,
manual en mano, del otro lado de la puerta. Con voz trémula, enuncia punto por
punto la gastada lista, nunca aprendida del todo. Casi me da pena cuando se retira,
derrotado, para dar paso a un experimentado colega, quien me dice sin
miramientos que el último lugar donde desea estar es aquí. Cuanto antes
terminemos esta farsa, anuncia, mejor para todos. Se ve que es un hombre de
pocas palabras, porque ante mi primer y débil negativa, acude a la fuerza. En
apenas unos segundos, la casa se puebla de policías y de bomberos.
Hacha
en mano, comienzan a destruir la puerta.
Comentarios
Publicar un comentario