Escucho el ruido de las
llaves y me paralizo.
Lo peor es que nunca sé
cuándo viene, no es constante. Al principio era todas las noches. Después, por
suerte, pasó un tiempo largo sin pisar por acá. Cuando ya creíamos que nos
habíamos librado de él, volvió.
Mientras vivía con nosotros
no era así, pero estricto fue siempre, No le podías traer menos de un ocho
porque se volvía loco. La cara se le transformaba y había que huir lo más lejos
posible hasta que se le pasara.
Cuando empezó a tomar, se la
agarró con mamá. Todas las noches le hacía una escena diferente. Que con quién
hablaba, que si esas eran horas de llegar, que a dónde iba tan arregladita…
Ella primero se ponía contenta de que la celara tanto, se ve que la quería mucho,
decía. Pero después se puso más pesado y empezaron los empujones, los tirones
de pelo, los cachetazos. Y si lloraba era peor, así que lo hacía en silencio
mientras me abrazaba para protegerme.
Debe estar en pedo, por lo
que tarda en abrir. Por ahí se cansa y se va, pienso. Igual voy al cuarto de
ella y la despierto. Le pido que se vista y nos vamos para el fondo. Empiezan
los golpes en la puerta que se confunden con las palpitaciones que retumban en
mi pecho. Mamá se pone a llorar y le suplico que aguante un poco más, por ahí
en un rato termina todo.
Los golpes se hacen más
fuertes, está pateando la puerta. ¡Que se
vaya, que se vaya! Grito sin emitir sonido, mientras el aire me empieza a
faltar y siento ese silbidito al respirar.
Ya está adentro, se escuchan
sus gritos mientras abre todas las puertas. Hasta que nos encuentra.
Una mano me arranca los
pelos y después... la oscuridad más absoluta.
Comentarios
Publicar un comentario