La luz del sol le dio directo a los ojos, no le quedó más remedio que levantarse. Esa mañana tenía la audición para la que tanto se había preparado, se dio una ducha y después de tomar un café, buscó en su escritorio el papel del concurso del teatro Colón. ¡No estaba allí! Presa del pánico, recorrió la casa y finalmente lo halló en la cocina, enganchado en el imán del refrigerador. Mientras lo leía por enésima vez, pensaba por qué, entre tantas manifestaciones del arte, había elegido la ópera. Una vez, un psicólogo le había dicho que un oficio no se elige, sino que está determinado por factores inconscientes, para así reparar conflictos del pasado. ¿Qué estaría reparando él a través de la lírica? La respuesta era simple: el bel canto le apasionaba.
Una vez terminado el desayuno se puso
a revisar el repertorio artístico que presentaría en la audición. Como tenor, contaba
con un registro bastante amplio que le permitía elegir las arias más bellas y a
la vez más osadas. Seleccionó Una furtiva lágrima y Nessum dorma.
Había tenido muy buenas experiencias interpretándolas, lo que le daba la
suficiente confianza para enfrentar al jurado. Se puso su mejor traje y salió.
Vivía cerca del Colón, así que caminó
hasta allí. Lo había visto infinidad de veces en fotos o por televisión, pero su
humilde condición le impedía costearse el abono de la temporada. Sin embargo,
con una educación musical más bien autodidacta, había llegado bastante lejos.
Por fin, la prolongada espera daba sus frutos. Inspiró profundamente y se
encaminó a la entrada de artistas. Después de recorrer un verdadero laberinto
de pasillos apenas iluminados llegó a la sala de ensayos donde se realizaba la
audición. No estaba preparado para semejante cimbronazo: en una atestada
antesala se encontró con un centenar de personas que, como él, esperaban
audicionar.
Aprovechó el espacio que dejó un violinista
para recostarse en la pared. Necesitaba aire, pero la ventana estaba del otro
lado de la sala y era imposible cruzarla con toda esa gente. Comenzó a respirar
agitadamente mientras gruesas gotas de sudor cubrían su frente. La sonrisa
condescendiente de la mujer a su lado le dolió como una estocada, pero su
orgullo lo obligó a reponerse. No pensaba tirar por la borda años de
sacrificio. Respiró pausadamente y al cabo de un rato recuperó la calma. Observó
a sus posibles competidores: Para alguien ajeno al arte, la sala podría pasar
por el patio de algún hospital psiquiátrico. A su izquierda, una mujer de elegante
figura deslizaba delicadamente los dedos sobre las cuerdas del violín, mientras
que frente a ella un robusto timbalero aporreaba enérgicamente su instrumento.
En la pared opuesta, el trompetista se empecinaba en interpretar alguna obra de
Bach al compás de la hinchazón de sus mejillas, a punto de estallar.
Un murmullo precedió la apertura de la
sala de audiciones mostrando parcialmente el escritorio del jurado. El empleado
anunció a viva voz que podían ingresar los músicos que ejecutaban instrumentos
de cuerda. Repentinamente se vio empujado por una avalancha que provocó la
caída de un grupo de concursantes, que terminaron en el piso con un gran estruendo
y el despiste dibujado en sus rostros. La escena resultaba tragicómica salvo
que nadie reía, los rostros crispados sólo mostraban ansiedad. Se acercó a la
esbelta violinista que infructuosamente trataba de proteger su instrumento y
con un ágil movimiento la levantó llevándola a un lugar más seguro. El empleado
volvió a convocar a los músicos de cuerdas, que para su sorpresa eran la
mayoría. La espaciosa sala quedó semivacía, apenas un grupo que continuaba
practicando los vientos y un puñado que, como él, cantaban en diferentes tonos.
Le sorprendió ver a la violinista donde la había dejado.
-Llamaron
dos veces para las cuerdas, lástima que no escuchaste.
-Si
que escuché, pero no me animo a entrar.
Qué desperdicio, pensó. Realmente
tocaba muy bien. Se compadeció de ella, hacía unos minutos él estaba en la
misma situación. El empleado volvió a gritar como si la antesala continuara
repleta, esta vez era el turno de los instrumentos de viento. Quedaron unos
cuatro o cinco líricos y la elegante violinista todavía en estado de shock. Siguiendo
un impulso, le preguntó si se animaba a acompañarlo con el violín cuando le
tocara cantar sus arias. Después de dudarlo unos instantes, ella accedió. ¡Y vaya
si se animó!, nunca había escuchado algo así. Sin una palabra, la melodía que
emanaba de sus cuerdas permitía comprender la tragedia que sufría ese pobre
campesino enamorado de Elixir de amore. Conmovido hasta las lágrimas,
tomó su mano y juntos salieron de la sala de audiciones.
El sol les dio de lleno, como al
despertar. Sin soltar la mano de la bella mujer, atravesaron la salida de
artistas. No le importaba el resultado de la prueba, estaba seguro de que el dúo
de la violinista y el tenor había sorprendido al jurado.
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