En contraposición al modelo de pensamiento binario nos encontramos con otra concepción que nos puede ser muy útil a la hora de comprender al ser humano: Lo Paradojal. Si bien este nuevo paradigma ha cobrado impulso especialmente en las últimas décadas del siglo pasado y lo que va del actual, no debemos pensar que es un concepto novedoso.
Donald Winnicott, el brillante pediatra y psiquiatra inglés, discípulo nada menos que de Melanie Klein, introdujo a través de su teoría del objeto transicional la idea de lo paradojal en reemplazo de lo binario. Como muy bien lo expresa Adriana Anfusso, mediante su planteo paradojal, Winnicott supera la dicotomía entre sujeto y objeto, individuo y medio ambiente, heredado y adquirido, fantasía y realidad, etc.
Una de las definiciones de paradoja que más me gusta es la de la Enciclopedia Británica: “Proposición que siendo verdadera y debido a la forma en que se enuncia, parece inverosímil a primera vista” ¿Cuál es, a mi juicio uno de los aspectos más brillantes de la conceptualización de Winnicott sobre la paradoja? Como él mismo lo expresa: “La finalidad de las paradojas no es que se las resuelva sino que se las observe”. Vale decir, que el concepto implícito en lo paradojal es precisamente que dos conceptos aparentemente contradictorios no lo son en absoluto. Si tuviéramos que resolver una paradoja deberíamos, al decir de Anfusso, elegir una de ambas alternativas por lo que volveríamos a caer en un concepto binario.
Pero veamos un poco de qué trata la teoría transicional de Winnicott. Durante los primeros días y meses de vida, el cachorro humano, a diferencia de los animales, es totalmente dependiente de su madre para subsistir. Si no fuera por la atención permanente que ella le prodiga, el bebe moriría de hambre, sed, o frío. Esto produce en la psiquis del niño una sensación de omnipotencia. No puede distinguir entre lo que es de él y lo que no, dado que no tiene forma de imaginar al otro. El otro, en cuanto tal, en cuanto no-Yo, no existe. Para el bebe todo es creado por él: el pecho que tan generosamente lo alimenta es parte de su propio cuerpo, como una extensión. ¿Cómo sentir que no fuera así, si ante el primer llanto ese pezón ya está ocupando sus labios, o si ante la primera incomodidad es aseado? Pues bien, se hace evidente que algo debería cambiar a lo largo del desarrollo de ese niño para que pueda adaptarse a la realidad, a lo que Freud denominaba el Principio de Realidad. Y allí es cuando, siguiendo la teoría psicoanalítica, se instala el concepto binario del adentro y el afuera, del Yo y el No Yo. Hasta que Winnicott formuló su teoría, lo interno correspondía al mundo de lo ilusorio, lo alucinatorio, lo creado por el hombre, en contraposición a lo externo, la realidad, que se impone al sujeto. El célebre psiquiatra inglés introduce la noción de paradoja al enunciar: “A partir de esa experiencia inicial de omnipotencia el sujeto puede comenzar a experimentar la frustración de que el mundo nunca es como quisiéramos crearlo y que lo mejor que puede ocurrir es que haya una coincidencia suficiente entre la realidad externa y lo que podamos crear”
Dice Winnicott en otra de sus geniales conceptualizaciones que sólo una madre “lo suficientemente buena” puede lograr que esa integración entre lo interno y lo externo se brinde de tal forma que el niño sienta que es parte creativa de esa realidad externa. “La madre posibilita al bebe la ilusión de que los objetos de la realidad externa puedan ser reales para él” Y esto lo logra a través de una transición gradual entre lo externo y lo interno. ¿Y por qué lo “suficientemente buena” y no buena, a secas? Porque una madre lo suficientemente buena, “buena hasta ahí” es aquella que le permitirá frustrarse con la realidad sin que ésta se convierta en algo totalmente hostil, y eso es lo que se logra a través del espacio y el objeto transicional. Si se tratase de una madre “demasiado buena”, difícilmente podría permitirse la angustia de ver frustrarse a su pequeño hijo. Recuerdo una ocasión en la que me encontraba dictando una conferencia en una escuela donde el auditorio estaba conformado mayoritariamente por padres de niños del nivel inicial. Una mujer exclamó muy satisfecha que nunca le decía que no a sus hijos para que no se frustren, dado que la vida misma se encargaría de hacerlo cuando sean adultos. ¡Craso error! No hace falta mucha imaginación para darnos una idea de lo difícil que puede tornarse la vida de un sujeto adulto al que nunca le faltó nada ni conoce límite alguno.
A través de la alimentación, sea mediante lactancia natural o por biberón, la madre permite que el bebe tenga la ilusión de haber creado ese proveedor de alimento, ese pecho o biberón. Pero gradualmente la madre perderá la capacidad de adaptarse a la necesidad de su hijo, pero ya ese niño poseerá los medios para enfrentar la nueva realidad. De la ilusión primera pasa entonces a una desilusión que es capaz de enfrentar, siempre que su madre sea lo “suficientemente buena”. Dice Winnicott: “Con el correr del tiempo sobreviene un estado en el que el bebe se siente confiado en que habrá de encontrar el objeto de su deseo, lo cual significa que va tolerando gradualmente la ausencia de objeto. Así se inicia su concepto de la realidad externa.” De esta forma la madre ayuda a conformar un tercer mundo ilusorio, que no es ni su propio mundo ni la realidad externa. A este mundo Winnicott lo llamó Espacio Transicional. ¿Y dónde está la paradoja? Precisamente en ese tercer mundo que es propio y ajeno, ilusión y realidad, interno y externo, todo al mismo tiempo sin la antigua concepción binaria, coexistiendo sin que sea el mundo del bebe ni de la realidad, pero que al mismo tiempo lo sea de los dos. Permite así que el niño pueda manifestar una acción creativa sobre la realidad, creando lo que estaba ya ahí para que él lo pueda crear a su vez. Paradójico, ¿No es cierto?
Pensamiento binario y paradojal aplicado a la salud mental
Esta revolución en los medios de comunicación nos permite ser parte de los cambios paradigmáticos que antes sólo veíamos en los libros de historia o de filosofía, y nos coloca en un sitio de privilegio para asistir a una nueva forma de percibir y comprender la naturaleza humana: lo paradojal. La tarea de los trabajadores de la salud mental los ubica en un lugar protagónico de este proceso paradigmático, ya que sobre ellos reposa gran parte de la posibilidad de cambio. ¿Cómo aplicar estos conceptos en el área de la salud mental? En líneas previas hablábamos de las diferentes concepciones que se tiene de la mente según desde dónde uno se ubique para su estudio. Diferentes disciplinas como la medicina, la psicología o la filosofía van a ofrecernos distintas respuestas a las mismas inquietudes. Durante muchos años estas respuestas no podían ser más diversas, cuando no totalmente antagónicas. Nos regía una forma de pensamiento binario en el que cada ciencia creía ser dueña del saber, sin percatarnos de que estos enfrentamientos estériles no hacían más que dejar al sujeto sufriente en el lugar de rehén. Cierta vez recibí a un pequeño paciente acompañado por sus padres quienes consultaban acerca de problemas en la conducta y el rendimiento escolar de su hijo. Pobre gente, estaban desesperados. La maestra les había aconsejado realizar una consulta psicopedagógica y así lo habían hecho, pero la profesional les dijo que las dificultades del pequeño no se debían a cuestiones intelectuales, sino que posiblemente tuviera un Síndrome de Hiperactividad y Déficit de Atención (ADHD), por lo que le convenía consultar a un neurólogo. El especialista estuvo de acuerdo con el diagnóstico de la psicopedagoga, y luego de un examen algo superficial para la opinión de los padres, les indicó un estimulante del Sistema Nervioso, el Metilfenidato, más conocido por el nombre comercial de Ritalina. La medicación por sí sola no bastaba, les dijo, por lo que les aconsejó consultar a un psicólogo, “pero que no empiece con eso de si le dieron la teta o no se la dieron, o que los padres son culpables de todo” Algo desconcertados, acudieron a un psicólogo de su obra social, quien lo primero que hizo fue romper la receta del psicofármaco ante su mirada estupefacta. Les dijo que su hijo no estaba enfermo, que el ADHD no existía, que era un invento de los laboratorios para vender más drogas con la complicidad de los médicos, y que el pequeño presentaba algunos conflictos típicos de su edad y no requería ningún tratamiento. Luego de tamaña odisea, esta familia salió mucho más confundida, decepcionada con todos los especialistas y lo que es peor, sin saber qué hacer con su hijo. Este es un claro ejemplo del modelo binario aplicado a la salud: cada profesional consideró sus propias convicciones sin tener en cuenta la opinión de los demás, e incluso oponiéndose agresivamente al trabajo de los otros. Posiblemente estos padres creían estar realizando un tratamiento interdisciplinario; nada más alejado de la realidad. Un conjunto de consultas aisladas y antagónicas nada tiene que ver con la interdisciplina, apenas podemos considerarlo una multidisciplina.
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