Hacia un nuevo paradigma

 Nada es tan definitivo como parece. Logramos aprenderlo cuando ya hemos recorrido suficiente camino en la vida y las más de las veces suele ser algo tarde. Podemos aprender, así como podemos no aprender nada y continuar aferrados a fundamentos obsoletos y convertirnos precisamente en eso: fundamentalistas.

Paradójicamente, la ciencia se renueva a ritmo vertiginoso desechando postulados sobre los que hasta ayer se erguían sus más caros principios, y al mismo tiempo se empeña en sostener fundamentalismos anacrónicos tildando de poco menos que herejes a aquellos que osan cuestionarlos. Si existe una rama de la ciencia donde podemos ver reflejadas estas observaciones, es precisamente aquella que estudia y se ocupa de la salud mental. Complicada zona del quehacer científico, médico y filosófico, intenta atenuar  nuestro padecer físico y espiritual desde hace siglos manteniendo las mismas disputas de poder entre sus diferentes áreas. Es que la medicina, a través de la psiquiatría, su hija no tan dilecta, aúna esfuerzos con la filosofía y la psicología, y el resultado final de semejante sociedad no siempre es el esperado. ¡Cuántas veces me he cuestionado ante un paciente que no evolucionaba como hubiera deseado, si no era yo con toda mi ciencia y mi saber, el que precisamente complicaba las cosas!


Ricardo Rodulfo, en “Padres e hijos” nos plantea que la sociedad actual está abandonando la concepción binaria de la vida que marcó a fuego a muchas generaciones. Verdades incuestionables como la existencia de lo bueno vs. lo malo, lo masculino y lo femenino, la enfermedad y la salud o lo nuevo frente a lo viejo, están siendo reemplazadas paulatinamente por lo más o menos, lo metrosexual o una adolescencia eterna. Sin duda este cambio de paradigma nos depara muchos beneficios, algunos de ellos ya los estamos disfrutando: hasta no hace mucho la homosexualidad se consideraba una enfermedad y hoy el matrimonio entre personas del mismo sexo el legal en muchos países. Por otra parte, los límites de la moral y la ley comienzan a desdibujarse, y no hace falta un esfuerzo muy grande para adivinar las consecuencias que esta nueva visión trae aparejadas. Es propio del psiquismo infantil esto de dividir en mundos binarios, de escindir dirían los psicoanalistas. El transcurso del tiempo y de un medio familiar y social que no le haga las cosas demasiado fáciles se encargan de que el niño vaya abandonando esa concepción binaria de la vida, comenzando a incluir el anhelado término medio. ¿Por qué entonces algo que viene sucediendo casi en forma natural desde hace siglos en el desarrollo de la personalidad se torna tan difícil en cuanto conformamos una sociedad? Si un niño que deviene adolescente puede hacer frente aunque no sin esfuerzo a este cambio de paradigma y comienza a vislumbrar ese nuevo mundo donde nada es tan definitivo y los opuestos se desdibujan, ¿Cómo es posible que a la comunidad científica le cueste tanto abandonar viejos fundamentalismos binarios como natura vs. nurtura, genético vs. ambiental, u orgánico vs, psicológico?

Las primeras víctimas de esta guerra de fundamentalismos científicos somos nosotros en cuanto destinatarios de las políticas de atención y prevención de la salud, especialmente de la salud mental. Cientos de pacientes terminan siendo rehenes de esta guerra inhumana entre psiquiatras, neurólogos y psicólogos, cada uno de ellos con su bagaje de teorías y explicaciones acerca del sufrimiento, cuando sería mucho más sencillo y razonable que se unieran aumentando de esa forma el saber y la experiencia. Pero pecaríamos de ingenuos si ignoráramos los intereses en juego. Así como las guerras se sostienen gracias a la industria bélica y las aspiraciones más nobles de las naciones involucradas muchas veces son utilizadas por inescrupulosos comerciantes, detrás de las aparentemente insalvables diferencias entre la psicología y la psiquiatría pueden ocultarse millonarios intereses de la industria farmacéutica. Resulta por lo menos llamativo el hecho de que año tras año, la FDA (Food and drug administration) desciende el límite de edad permitido para la utilización de psicofármacos en niños y adolescentes aumentando significativamente la demanda del mercado.
No siempre es posible asistir a la instalación de un nuevo paradigma en la historia del pensamiento científico. Parecería que ya todo estaba pensado, de que durante muchas generaciones los científicos y los filósofos habían dedicado su tiempo y sus esfuerzos para que en la actualidad esté todo explicado, todo claro. Los procesos intervinientes en los cambios paradigmáticos solían llevar varias décadas y era prácticamente imposible para una persona percibirlos como tales y abstraerse a la sensación de que no había tal transformación.
El advenimiento de la era digital trajo aparejada una verdadera revolución en el curso del pensamiento científico: esta estabilidad que durante siglos había cimentado la idea de que nada cambiaba, de que el conocimiento tal como lo percibíamos era el mismo de siempre, comenzó a derrumbarse como un castillo de naipes. De repente no sólo comenzamos a intuir y en algunos casos a visualizar cambios sustanciales en la forma de pensar sino que éstos se dan con tal velocidad que nos hacen dudar de todo conocimiento previo. Los sucesos que antes requerían de varias generaciones para que sus resultados sean observados, ahora lo podemos percibir ni bien se generan, de tal forma que nos ubica como testigos presenciales de estos nuevos paradigmas del pensamiento científico y del quehacer cultural.
 Surge así el concepto de Singularidad, donde el sujeto se sitúa en el centro de atención, donde las ciencias aplican su saber interdisciplinariamente, por paradójico que parezca.







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