El pensamiento binario

Durante décadas, el pensamiento binario dominó toda actividad científica y del campo de la filosofía. Bueno o malo, joven o viejo, poco o mucho, hombre o mujer, son algunos de los innumerables ejemplos de este pensamiento binario que inundan la vida cotidiana. Salvo algunas aproximaciones que incluyeron la idea de la paradoja, el psicoanálisis ha sostenido  este pensamiento basándose en la teoría de su creador, Sigmund Freud.

Pilares de la teoría psicoanalítica como la temática del Edipo o la Ley del Padre no podrían sostenerse sino en base a un pensamiento binario. En la vereda opuesta, la psiquiatría ortodoxa y la neurología si bien difieren muchísimo del psicoanálisis, comparten esta mirada binaria de la ciencia. Es posible que esta dificultad para abandonar el pensamiento binario sea la causa por la cual el psicoanálisis se ha convertido en un recurso cada vez menos solicitado. Esta tendencia se observa con mayor intensidad en la población infantil y adolescente. La situación dista de ser algo sencillo de resolver. Si bien es cierto, y casi todos los especialistas acuerdan en este punto, que los orígenes y el desarrollo de muchos de los problemas que afectan la salud mental de los niños y los jóvenes no pueden explicarse solamente con los aportes de la genética y el neurodesarrollo, desmentir estos aspectos tampoco contribuye al esclarecimiento del conflicto. Los psicoanalistas más ortodoxos también han sido responsables, posiblemente en forma inadvertida, de la situación actual de la teoría y el método que Sigmund Freud elaboró hace más de un siglo. Sobre todo del método, ya que la teoría psicoanalítica continúa siendo la explicación más cabal del funcionamiento del aparato psíquico. Sin embargo no se puede ignorar que tratamientos demasiado extensos y en general muy costosos atentan por sí solos contra su propia continuidad. Ni qué hablar en los niños o los adolescentes. Posiblemente sea hora de que los psicoanalistas comiencen a abandonar aquellas posturas más inflexibles que no hacen otra cosa que ubicar al psicoanálisis en un extremo opuesto a la psiquiatría, al menos en apariencia, ya que ambos comparten esta visión binaria de la salud mental.
Así como los mismos psicoanalistas, también los psiquiatras y los especialistas en neurodesarrollo  hicieron lo suyo para llegar a este alejamiento de las raíces subjetivas del sufrimiento humano. Reducir todo el problema a una simple cuestión de neurotransmisores, receptores, y circuitos neuronales no deja de ser un recurso demasiado simplista que nos coloca en la misma condición que nuestros antecesores en la escala evolutiva. Imaginemos que transitamos por una de las más modernas autopistas con un automóvil antiguo y en muy mal estado. Difícilmente lleguemos a tiempo a nuestro destino en esas condiciones, por más excelente sea el estado de la ruta. Ahora pensemos otro escenario: hemos adquirido un coche último modelo, de los más veloces del mercado, pero la ruta se encuentra llena de obstáculos, con el asfalto en muy mal estado y cada tanto se cruzan animales. Es posible que tampoco arribemos a destino en tiempo y forma. De la misma manera, por más que no hayamos sufrido ningún accidente que comprometa nuestro funcionamiento neurológico, o que no presentemos anomalías genéticas u orgánicas, dicho de otro modo, que nuestra autopista esté impecable, no nos servirá de mucho si estamos transitando conflictos personales o familiares que socaven nuestra integridad emocional. Por otra parte, por más estables que nos encontremos, y por más sólidas que sean nuestras relaciones familiares, una enfermedad orgánica que comprometa el sistema nervioso no nos permitirá disfrutar dicho estado emocional.
Como podemos observar, lograr el estado de bienestar es mucho más complejo de lo que imaginábamos. Y lo es porque el ser humano es complejo en sí mismo, pero para poder estudiarlo hemos tratado de simplificarlo. Esto es algo que se puede observar en la forma en que se les enseña a los estudiantes de medicina. Es una práctica habitual que a los alumnos de esa casa de estudios se les enseñe la anatomía, fisiología y la patología de los distintos sistemas y aparatos en forma separada. Así, estudian el aparato respiratorio, el sistema digestivo, el sistema nervioso central y periférico, etc. Pero así como si un relojero que desarma un reloj para componerlo nos lo devolviera todo desarmado, los médicos pareciera que olvidáramos volver a armar el cuerpo y la psique y muchas veces olvidamos que se trata de dos aspectos diferentes de un todo: el ser humano. Por lo tanto, si atendemos el sufrimiento como algo exclusivamente orgánico parecería lógico que sólo investiguemos sus causas genéticas, químicas y fisiológicas. En el otro extremo, si consideramos al individuo como un sujeto exclusivamente subjetivo, perderemos de vista una mínima objetividad necesaria y descreeremos hasta de la existencia de enfermedades, todo será conflicto que genera sufrimiento. No nos percatamos de que con estas posiciones no hacemos otra cosa que profundizar el modelo binario de orgánico vs. psicologico, o natura vs. nurtura

No todo está perdido. Si bien es cierto que gran parte de la comunidad científica se encolumna tras esta dicotomía atendiendo a un concepto binario, otros han iniciado un camino diferente. En los últimos años se advierte un acercamiento de la medicina hacia la filosofía, de la que nunca debió distanciarse. No debemos olvidar que cuando acudimos a un profesional de la salud, sea de la especialidad que sea, lo hacemos en tanto sufrientes, y que ese sufrimiento no puede sectorizarse salvo en contadas circunstancias, y de así hacerlo, el profesional nunca debería perder una mirada abarcadora de la totalidad.

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